miércoles, 3 de octubre de 2007

EL HUERTO MARAVILLOSO- GABRIELA MISTRAL.

EL HUERTO MARAVILLOSO- GABRIELA MISTRAL.

Lectura: Mi festín del Antiguo Testamento tenía lugar, no en el banco escolar, sino a la salida de clases, en un lugar increíble.
Había una fantástica mata de viejo jazmín a la entrada del huerto. Dentro de ella, una gallina hacía su nidada, y unos lagartos rojos, llamados allá iguanas, procreaban a su antojo. La mata era, además, escondedero de todos los juegos de albricias de las muchachas. Adentro de ella guardaba yo los juguetes sucios que eran de mi gusto: huesos de fruta, piedras de forma para mí sobrenatural, vidrios de colores, y pájaros o culebras muertas. Aquello venía a ser un revuelto basural y a la vez mi emporio de maravillas.
Una vez cerrada la escuela, yo me metía en esa oscuridad de la mata de jazmín, y sacaba mi Historia Bíblica con un aire furtivo de salvajita que se escapó de una mesa a leer en un matorral. Con el cuerpo doblado en siete dobleces, con la cara encima del libro, yo leía la Historia Santa en mi escondrijo, de cinco a siete de la tarde y parece que no leía más que eso, junto con la Historia de Chile y Geografía del Mundo. Cuentos, no los tuve en libros: ésos me daban la boca jugosamente contadora de mi gente elquina.
Nada me costaba a mí, en el valle cordillerano de Elqui, ver sentados o ver caminar, oír, comer y hablar a Abraham y a Jacob. Mis patriarcas se acomodaban perfectamente a las fincas del valle. Desde la flora a la luz, lo hebreo se aposentaba fácilmente allí, y se avenía con la índole nuestra, a la vez tierna y violenta, con el vigor de nuestro temperamento rural, y, por sobre todo, con la humanidad que respira y traspira la gente del viejo Chile.

Darnos: Nosotros llamamos caridad a poner en la mano extendida una moneda grande, o a pagar una cama de hospital, Francisco de Asís. Tú no. Cuando dabas, eras tú mismo lo que dabas.
Conociste la lepra, y te quedaste sentadito horas y horas lavando la podre. Parecía que eras tú mismo el agua y el aceite, y también la venda.
Te dabas en las frutas jugosas que ponías en la boca del calenturiento.
Y por eso, Francisco, te gastaste como las lunas en su cuarto menguante. Eras ya como una broma de la carne, que hablaba y que ya apenas tenía garganta. Tus manos se adelgazaron hasta ser transparentes como la hoja del otoño. Tu carne era un espejismo de la vieja carne que tuviste. Tu milagro tenía más realidad que tu pobre cuerpo.
Tú descubriste una verdad escondida: que no tenemos derecho a dar sino a nosotros mismos. Las demás cosas son de la tierra.
Cuando regalamos cosecha de frutos, es el surco generoso el que da. Y cuando regalamos vestidos, es el hilandero fatigado el que regala. Pero cuando nos damos a nosotros mismos, entonces sí damos de verdad.
Nosotros, Francisco, entregamos lo que nos sobra. Estamos tan llenos, que nos cansamos un poco con la brazada de ricas mazorcas de la vida. Se nos rompen los sacos de oro del trigo, y entonces cedemos, por no doblarnos a recoger lo caído.
Tú te diste, te diste, te diste.

Temor: El cristiano posedente puede mantener vistas muy claras sobre sí mismo. ¿Teme por sus bienes o teme realmente por la civilización cristiana?

Religión: La materia está delante de nosotros, extendida en este inmenso panorama que es la naturaleza, con la intención aparente de hacernos olvidar lo invisible, apegándonos a su hermosura. Y nuestro cuerpo está susurrándonos que él es nuestra única realidad. Son los dos tentadores, son los dos insignes engañadores.
Religiosidad es buscar en esa naturaleza su sentido oculto.
Nos dividimos, hombres y mujeres, en religiosos y a-religiosos. El hombre a-religioso es el hombre frívolo. Es frívolidad rozar la corteza de las cosas y los seres y no dejar la mirada más largamente en ellos, hasta ver que detrás de esa corteza de materia hay una raíz de espíritu que la está vivificando por siglos y siglos. Es frivolidad pensar que una creación portentosa no tiene otra finalidad que desangrarse en el polvo. Es frivolidad pensar que si nosotros los humanos hacemos el más mezquino objeto con un fin determinado, la naturaleza, ese prodigio, fuera hecha sin otra finalidad que el alimentar plantas, bestias y hombres, para que después la abonaran con su puñado de misero polvo disperso nada más.
La religiosidad es el recuerdo constante de la presencia del alma, y entre los artistas son religiosos los que, fuera de la capacidad de crear, tienen, al mirar el mundo exterior, la intuición del misterio, y saben que la rosa es algo más que una rosa, y la montaña algo más que una montaña.

Cristos: Pero yo quiero decir el derecho de Jesús a estar también en la escuela laica. En los muros llenos de libertadores, de descubridores y sabios, ¿no habrá ningún sitio para El? El fue un libertador, arrancó a los pueblos antiguos de la bajeza y de la crueldad del culto cruento. El fue un descubridor: sacó a la luz continentes espirituales enteros. Dice el critico ateo que añadió a las mejores filosofías antiguas cosas nobles y desconocidas hasta entonces. El reveló la única ciencia que se vuelve dicha: la del amor, que hace la concordia entre los hombres. El aplastó en el Imperio Romano el lujo insolente y el vicio que empaña las limpias facultades humanas. El aplastó la tiranía imperial que impedía al cristianismo amar a un Dios elevado y que lo forzaba al amor de dioses grotescos e inmundos. Destruyó muchas cosas más, pero éstas bastan. Y hasta dejó, el Muy Perfecto, una literatura nueva en sus parábolas y en el Sermón de la Montaña. Circula por ellos una leche jamás saboreada de hermosura superior, y no es posible encontrar en la literatura romana ni una sola página a la altura de la palabra Suya recogida de su boca por los San Marcos y los San Mateo.
La escuela laica honra a los hombres parciales que, o libertaron o descubrieron. No quiere honrar a Este que, con manera divina, hizo todas las faenas humanas.
Si desde otro planeta viniese un ángel y volviera a hablar a los suyos de la Tierra, no sabría ponderarles lo bastante el absurdo de un mundo donde el nombre del Mejor se calla. Diría tal vez: "Aquellos tuvieron uno al que no han superado, que no vivió para sí una hora, ni vivió una gula, ni un odio, ni un solo poder terreno, y porque no son capaces de realizarlo, han impuesto el silencio sobre El". Los habitantes de ese planeta no comprenderían, no podrían comprender. “

FUENTE : www.somoslatinoamerica.net/autores/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

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