lunes, 26 de noviembre de 2007

UNA VOZ QUE VE - EL TESTIMONIO DE SAN JUAN BAUTISTA - PREPARANDO EL ADVIENTO ( I ).

Una voz que ve - El testimonio de Juan el Bautista
Sal Terrae 92 (2004) 733-742
Enrique Sanz Giménez-Rico, SJ.

Director de Sal Terrae. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).
Voz que clama en el desierto, preparad el camino al Señor, haced rectas todas sus sendas, preparad el camino al Señor.
He aquí una estrofa de una canción, que sin duda conocen bien muchos/as lectores/as de Sal Terrae. Es probable que la mayoría de ellos la vuelva a entonar dentro de pocas semanas, cuando celebremos de nuevo el tiempo de la espera, el tiempo del Adviento. Es igualmente probable que, cuando lo hagan, se acuerden de un conocido pasaje bíblico, Jn 1,19-23, en donde Juan el Bautista, a la pregunta que le hacen los sacerdotes y levitas de Jerusalén sobre su identidad, responde que él es una voz, la del que grita en el desierto, allanad el camino del Señor.
Sí, el Bautista es sólo una voz; no es la Palabra. Pero no es una voz cualquiera, no es una voz más entre tantas; es la voz que –así se afirma en Jn 1,34- ha visto y da testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios.
Proponemos realizar un seguimiento cercano de dicho personaje en Jn 1,1-34; y hacerlo, teniendo en cuenta las referencias vetero y neotestamentarias de dicho pasaje. Ello puede ofrecernos alguna pista de interés para comprender mejor en qué consiste ser testigo, ser mártir de Jesús; ello nos puede ayudar a entender la aparente antinomia que titula este artículo: que el testigo es una voz que ve.

1. Juan el Bautista, último eslabón de la economía antigua
Podemos encontrar en el Antiguo Testamento diversas referencias, que hablan de la existencia del Consejo divino. Dios posee un Consejo, en el que participan serafines (Is 6), ángeles, profetas, hijos de Dios. ¿Qué es lo que hacen los miembros de dicho Consejo? Escuchar ante todo de boca de Dios cuál es su designio, cuál es su voluntad, cuáles son sus planes.
El Nuevo Testamento menciona también la existencia del citado Consejo, del que forman parte, entre otros, los discípulos, que han estado presentes con Jesús y que han participado en los acontecimientos de su vida y muerte, y María, la sierva, quien entra a formar parte de él en el episodio de la anunciación .
Juan el Bautista, último eslabón de la economía antigua y representante de Moisés y de todos los profetas , es igualmente miembro del Consejo divino.
Lo es en primer lugar por la indicación de Jn 1,6: es un hombre enviado por Dios. Se trata de una indicación que recuerda a la de los profetas del AT, miembros también del Consejo divino, y que expresa la especial dignidad con que el Bautista es tratado en el cuarto evangelio: sólo de él, de Jesús y del Paráclito se dice que fueron enviados por Dios .
Lo es igualmente por la referencia que hace Juan el Bautista a Is 40,3: una voz grita: en el desierto preparad un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios.
Is 40,3 forma parte de una unidad textual muy importante del libro de Isaías (Is 40,1-11), integrada a su vez en otra unidad mayor: Is 40-55. Estos últimos capítulos poseen una función predominante en el libro de Isaías, ya que presentan numerosas conexiones con el resto del citado libro .
Is 40,1-11, prólogo a Is 40-55, posee un enorme valor: anuncia que la era antigua ha terminado definitivamente, pues ha amanecido ya un nuevo día. En dichos versículos Dios anuncia una buena noticia a su pueblo, que se encuentra en ese momento en el exilio y vive una situación de tristeza: ha acabado la época de servidumbre y de esclavitud del exilio y ha llegado el momento de la vuelta a Jerusalén. Lo novedoso de dicho anuncio es la afirmación de Dios: soy yo quien va a ir delante de vosotros, caminando por el desierto en dirección a Jerusalén; soy yo quien os va a cuidar allí, siendo vuestro pastor, siendo vuestro rey .
Los miembros del Consejo divino, entre los que se encuentra el profeta Isaías, oyen de boca de Dios esta buena noticia, y deliberan entre ellos para tratar de encontrar el modo más adecuado de transmitir al entristecido pueblo un mensaje tan evangélico, tan consolador. Ello aparece expresado en Is 40,3-5 y en Is 40,6-8, versículos que recogen las cavilaciones de los citados miembros.
Juan el Bautista es también miembro del Consejo divino; ha oído de boca de Dios una buena noticia, y la transmite con todo detalle en Jn 1. Su acción, transmitir lo escuchado a Dios, aparece expresada en este capítulo mediante el verbo testimoniar. Así pues, el precursor de Jesús da testimonio del Logos y en cuanto tal manifiesta su pertenencia al Consejo divino.
Dos son los aspectos que incluye el testimonio de Juan el Bautista: que el Logos (la Palabra) es la luz; que el Logos es más que él, pues existía antes que él.
Para Juan (Jn 1,1-18) el Logos no es sólo un ser divino; es también Dios. Está siempre con Dios. Es a la vez diálogo con los hombres: es la expresión de Dios que se vuelve a los hombres. El Logos da la vida y es luz para los hombres, luz que les conduce hasta la vida plena.
Pues bien, el testimonio de Juan el Bautista subraya sobre todo que la luz ha triunfado sobre la tiniebla. Juan es el miembro del Consejo divino enviado por Dios para afirmar jurídicamente la victoria de la luz. Su testimonio tiene un alcance universal; gracias a él, todos los hombres pueden reconocer que les ilumina la luz del Logos, la luz de la Palabra, que sale al encuentro de cada uno de los hombres de todas las generaciones. Una luz que alumbra en medio de la tiniebla, de la muerte, a la que se opone y se enfrenta. Siendo seguro, el triunfo de la luz no es, sin embargo, un triunfo fácil, ya que su victoria convive y entra en conflicto con una tiniebla que sigue en pie, con una tiniebla que no ha sido eliminada .
Existe, pues, un parecido entre la buena noticia que anuncian los miembros del Consejo divino en Is 40,1-11 y la que anuncia el precursor de Jesús: porque la vida, la luz, ha triunfado definitivamente, es momento de alegría, de gozo, de esperanza; porque Dios camina y peregrina en dirección a Jerusalén, donde va a reinar a su pueblo, y porque el Logos ha iluminado definitivamente a los hombres, no hay sitio para la desilusión, para el desánimo, para la desesperanza.
Por otra parte, Juan da testimonio de Jesús en estos términos: el que viene detrás de mí ha sido colocado por delante de mí, porque existía antes que yo (Jn 1,15).
El Logos, la Palabra, Dios comunicándose desde el principio, ha venido al mundo, se ha hecho carne, se ha hecho debilidad. Dios se manifiesta en un hombre, Jesús, que ha venido a nosotros para vivir y caminar en la historia como y con nosotros. Tomando figura humana, la Palabra hace partícipes a los hombres de su propio ser y les revela lo que están llamados a ser en el proyecto de Dios. Es precisamente sobre este Logos encarnado sobre el que testimonia Juan el Bautista, afirmando que es más que él, que está por encima de él, que tiene un rasgo distinto y superior al del testigo Juan. Por eso, éste va a decir que no es digno de desatar la correa de las sandalias de Jesús (Jn 1,27) .
En resumen, dos son los primeros aspectos que caracterizan a Juan el Bautista, el mártir, el testigo de Jesús. A pesar de que no dice de sí en Jn 1,1-18 que es voz, y teniendo en cuenta el desarrollo que se hace en el apartado siguiente, lo consideramos como una voz que viene de y escucha a Dios, voz que transmite una buena noticia (la luz brilla para siempre). Es también voz de la Palabra, y, por tanto, es menos que ésta; a ella sirve y para ella vive.

2. Juan el Bautista, primer eslabón de la economía nueva
A partir de Jn 1,19, el prólogo del evangelio de Juan destaca igualmente otros aspectos del testimonio de Juan el Bautista, que no tienen tantas resonancias veterotestamentarias como los anteriormente descritos. Ellos hacen posible que se pueda hablar de Juan con las características que titulan este apartado: Juan, el mártir de la nueva economía.
El punto de partida es la referencia que encuadra Jn 1,19-34: el verbo testimoniar enmarca los versículos anteriores, en los que el evangelista va a presentar a Juan como el mártir que testimonia a Jesús, después de haber recorrido un camino. Según él, el martirio de Juan es un itinerario personal de acogida y de reconocimiento del Mesías, del Cordero de Dios, cuya meta es la afirmación de Jn 1,34: he visto y doy testimonio que Jesús es el Hijo de Dios.
En Jn 1,19 los judíos de Jerusalén se acercan y abordan a Juan el Bautista para preguntarle por su identidad. A ellos y a otros destinatarios (Israel, sus propios discípulos: Jn 1,29ss) va a dar testimonio por medio de una serie de respuestas y afirmaciones.
La primera respuesta que ofrece el precursor de Jesús es: no soy el Mesías. Se trata de una afirmación que tiene su importancia, pues, al desviar la cuestión sobre la identidad del Mesías, está orientando hacia el que viene, al que él espera, el que está en medio de todos ellos (Jn 1,26) . Él es el Mesías, es decir, el salvador, el que trae la liberación a través de su muerte y su resurrección. La primera característica del testimonio de Juan en Jn 1,19-34 es, pues, la capacidad de señalar en dirección al salvador, que se revela como tal en su muerte y resurrección.
El precursor de Jesús se presenta posteriormente como la voz del que grita en el desierto una palabra de salvación. En el primer apartado señalábamos que a Juan se le puede considerar como una voz que testimonia el triunfo de la luz en medio de la tiniebla. En Jn 1,23 Juan dice de sí que es una voz, la del que viene detrás de él anunciando la inminencia de la salvación definitiva. La relación que éste tiene con Jesús, el que es más que él, porque existía antes que él, aparece de nuevo destacada en este versículo de dos maneras. En primer lugar, en el contraste entre la voz y la Palabra: Juan es la voz, Jesús es la Palabra que anuncia la venida de un tiempo definitivo de consuelo, perdón, vida y liberación. En segundo lugar, mediante un dato textual de interés: Juan no dice de sí mismo yo soy la voz, sino que dice yo, voz. Salvo dos excepciones (Jn 9,9; 18,35), la fórmula yo soy está reservada en el evangelio de Juan a Jesús. Recordando lo señalado en relación con la primera respuesta que ofrece sobre su identidad, Juan el Bautista apunta de nuevo y señala en dirección a Jesús, a la Palabra, auténtico y verdadero salvador.
Los versículos siguientes, Jn 1,24-33, ofrecen una tercera característica del testimonio de Juan el Bautista en Jn 1,19-34. Éste afirma que Jesús, la Palabra, ya está presente en el mundo, en la vida que él y los que le interrogan están viviendo. Aunque ni éstos ni el propio Juan lo conocen (Jn 1,31), la Palabra encarnada está entre ellos de manera oculta.
Ahora bien, los citados versículos ofrecen algunas referencias de interés para comprender mejor la citada caracterización.
Jn 1,29 declara que Juan el Bautista vio a Jesús venir hacia él. A diferencia de lo que sucede en los evangelios sinópticos (por ejemplo, Mt 3,13-15: entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se dirigió a Juan para que lo bautizara), no se trata de una venida con una finalidad concreta: bautizarse. El evangelio de Juan presenta a Jesús en su primera aparición pública como el que viene a Juan. La afirmación de Jn 1,29 subraya el movimiento de salida de Jesús: éste sale de sí mismo y viene a Juan, quien lo puede acoger y recibir. Se trata de un aspecto de Jesús que caracteriza también al Logos, que es ante todo, según Jn 1,1-2, don de sí, diálogo, salida de sí.
Quien sale de sí, quien va a Juan es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es decir, aquel por el que Dios interviene ofreciendo a los hombres la reconciliación con él, aquel por medio del cual Dios salva al mundo. Juan el Bautista va a insistir en afirmar que él no conocía al cordero de Dios (Jn 1,31.33); y este último versículo va a señalar que para llegar a verlo y a conocerlo como tal es necesaria la revelación de Dios .
De manera que esta tercera característica presenta unos elementos distintos de los anteriores. Se trata de una visión de Juan el Bautista, que sucede después de que Jesús ha salido y venido hacia él. Una visión de Jesús como el cordero salvador de Dios, que se puede dar sólo si Dios hace posible que dicha revelación suceda.
Revelación (salida de sí) – aceptación de la revelación – visión. Parece que para llegar a ver hay que recorrer un camino, un itinerario personal; Juan el Bautista lo recorre, tal y como lo señala el desarrollo de Jn 1,19-34.
Un camino que llega a su meta en Jn 1,34, donde se afirma que el precursor de Jesús ha visto a Jesús y da testimonio de que él es el Hijo de Dios. Es interesante observar la insistencia del evangelista en la acción realizada por Juan el Bautista: dos veces se señala que ha visto (Jn 1,32.34). Un ver que, en este último versículo, aparece estrechamente unido con el testimoniar. Se puede señalar, pues, la equivalencia entre ver y testimoniar: hablar de Jesús como el Hijo de Dios es haber visto a Jesús como el Hijo de Dios. De modo que testimoniar no es ante todo hablar, sino más bien hablar después de haber visto, después de haber recorrido un itinerario personal que conduce al ver. Juan el Bautista habla de Jesús, porque lo ha visto; es testigo de Jesús, es su mártir, porque ha andado un camino, abriéndose a la venida y revelación de Jesús, a quien ha acogido y a quien puede decir que ha visto.
El camino recorrido por Juan, el testigo, discurre por el mismo sendero por el que lo hace la intuición que tuvo Ignacio de Loyola: la importancia que tiene en el ser humano el filtro de los sentidos. Según el fundador de la Compañía de Jesús, llegamos a la realidad y ésta llega a nosotros a través de la vista, el oído, el tacto, el olor y el gusto. Ignacio percibe que “sólo cuando los sentidos del ser humano miren, oigan, toquen, huelan y se dejen afectar como los de Jesús, saldrá de su corazón una reacción semejante a la suya... Ignacio piensa que la mayor parte de las decisiones del hombre se juegan en el ámbito de la sensibilidad, no en el del corazón; de ahí que la conversión del hombre al Señor incluye una creciente con-naturalidad de su sensibilidad con la del Señor” .
Uno de los ejercicios espirituales que más ayuda a lograr la conversión de la sensibilidad del ser humano a la del Señor es el de la contemplación de los misterios de la vida de Cristo: vida, muerte y resurrección.
Contemplar es confesar que Dios no es un objeto, sino un sujeto radicalmente libre, que se deja mirar y conocer. La contemplación pone juntas al hombre y al misterio, para que haya interacción y asimilación de la una por la otra. Es un encuentro entre Dios y el hombre, en cuyo espacio se penetra no por las potencias de la psiqué humana (memoria, entendimiento, voluntad), sino a través de la actividad de los sentidos. La contemplación busca que la imagen contemplada de la vida, muerte o resurrección de Jesús se deslice de nuestros sentidos a nuestro corazón; ella contagia y hace que el que contempla quede configurado por lo que ha visto, oído, mirado, gustado de la vida de Jesús. En definitiva, es un verdadero diálogo y encuentro interpersonal por el que el ser humano recibe el conocimiento interno de Jesús.
Por ser un encuentro auténticamente humano, la contemplación tiene su proceso, tiene sus momentos. Son básicamente cuatro: revelación (a través de la escena que se va a contemplar, Dios, el Misterio, se revela), trasvase (quien se abre al Misterio revelado siente que algo de él se le transfiere), conversión (atracción hacia el Dios que se revela), cambio (de modo de situarse en el mundo, de relacionarse con los demás, consigo mismo, con Dios) .
Jn 1,19-34 presenta el itinerario recorrido por Juan el Bautista, que culmina con el descubrimiento de Jn 1,34: he visto y doy testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios. A Juan el Bautista el Misterio se le ha ido revelando progresivamente: Jesús, el cordero de Dios, viene a Juan. A la revelación le siguen el trasvase y la conversión: el precursor es atraído por el cordero de Dios. Finalmente, se produce el cambio en Juan el Bautista: porque ha visto, porque ha contemplado, testimonia que Jesús es el Hijo de Dios.
Importante es entonces resaltar un aspecto que caracteriza el camino andado por el precursor de Jesús: el cambio que se ha producido en él. En concreto, el cambio operado en el modo de relacionarse con el Misterio. Su expresión principal es el testimonio de Jesús como Hijo de Dios.
El título anterior condensa alguno de los elementos más característicos del evangelio de Juan, en donde Jesús es fundamentalmente el Hijo, al que el Padre ha entregado todo . Hijo de Dios trata de describir quién es Jesús, su ser; éste es puro ser de Dios y puro ser para los hombres, es procedencia de Dios y donación para los hombres. El título revela cómo es la existencia de Jesús: no tiene nada que venga de sí (todo procede del Padre) y lo tiene todo para el hombre . En el título se manifiesta entonces que Jesús encarna aquello que, en terminología ignaciana, se puede formular así: me recibo de Dios y soy para Dios y los que son de Dios.
Pues bien, lo que nos interesa destacar es que lo que testimonia Juan el Bautista es lo más nuclear de Jesús, su ser. Juan ha llegado a conocer el ser íntimo de Jesús después de haber recorrido un camino de contemplación. De manera que su martirio, su testimonio, está fundado en un ejercicio personal: el de los momentos o tiempos de la contemplación. A Juan se le ha revelado el Misterio, le ha atraído, lo ha conocido, se ha convertido a él y ha cambiado su relación con él: lo ve y lo testimonia. Lo destacable de su testimonio es tanto lo que dice como que lo que dice es fruto de lo que ha visto y contemplado. Dicho de otro modo: Juan el Bautista ha visto y conocido el ser del Hijo de Dios en toda su plenitud; ese conocimiento y esa visión plena es la que transmite y testimonia. En terminología ignaciana, se puede decir, pues, que ser mártir es ser sobre todo contemplativo.

3. Bendecir y reunir: el mártir Juan el Bautista
Señalar en dirección al Salvador, anunciar la liberación, ver al Hijo de Dios. Éstas son tres de las características del mártir Juan el Bautista, presentes en Jn 1,1-34. Faltan por señalar otras dos que aparecen igualmente en dicho texto; ellas son la conclusión a este trabajo sobre la voz que ve al Hijo de Dios.
Los tres evangelios sinópticos presentan el relato del bautismo de Jesús, y señalan al final que, nada más ser bautizado Jesús, se oyó una voz del cielo que decía: éste es mi hijo amado, en quien me complazco. El evangelio de Juan ha modificado dicho final y ha puesto en boca de Juan el Bautista las palabras que Mateo, Marcos y Lucas ponen en boca de Dios Padre. En el momento de ser bautizado, Dios Padre bendice a Jesús, es decir, dice de su hijo lo más bonito que de él puede decir: que es su hijo amado, es decir, que Jesús tiene una especial relación con él, que le obedece y que confía en él. Este testimonio de Dios Padre, esta voz del cielo, aparece en el evangelio de Juan como la voz del testigo Juan el Bautista. Es él el que ahora dice de Jesús lo más bonito que de él se puede decir; es él quien habla de Jesús como habla precisamente Dios Padre; es él quien bendice a Jesús.
La modificación señalada precedentemente no es la única que introduce el evangelio de Juan en relación con los sinópticos. Éstos presentan a Juan el Bautista como un predicador brillante, como un hombre que bautiza y atrae a mucha gente, como un héroe que denuncia y muere mártir. El cuarto evangelio lo presenta únicamente como una voz que anuncia la llegada de la Palabra. Es simplemente una voz que se encuentra al servicio de la Palabra que salva. Vox es el vocablo latino del que deriva voz. Vox procede del verbo voco, que significa, entre otras cosas, convocar, reunir. Juan es una voz que convoca y reúne en torno a sí a un grupo de discípulos. Y lo hace para indicarles dónde está el cordero de Dios que salva. Así aparece señalado por Jn 1,35-48, pasaje que sigue al testimonio del Bautista de que Jesús es el Hijo de Dios.
Una voz que ve; una voz que, por estar remitida a Jesús, convoca y reúne a otros en torno a sí, para remitirlos precisamente a la verdadera Palabra salvífica: Jesús, el cordero de Dios, el que ha puesto su tienda entre nosotros.
En tiempos como los nuestros, en que tan necesitados estamos de unión y reconciliación, en tiempos como los nuestros, en que tantos queremos ser auténticos testigos del crucificado, Juan el Bautista puede ser un buen modelo de lo que es ser mártir: voz vinculada a la Palabra encarnada, que anuncia una buena noticia de salvación; voz que ha recorrido un camino personal de contemplación y que bendice a Jesús, pues dice de él lo que dice Dios Padre; voz que reúne en torno a sí a futuros contemplativos, no para que le alaben o le sigan, sino para indicarles a quién tienen que mirar y seguir, para que de ese modo ellos puedan también testimoniar que Jesús es el Hijo de Dios.
FUENTE : www.pastoralsj.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

No hay comentarios: