martes, 6 de noviembre de 2007

VIVIR Y MORIR CON ESPERANZA - P. EDUARDO OJEDA.

Vivir y morir con esperanza


1. el gran convidado de piedra
Cuando se habla de la muerte, se habla de algo no querido ni deseado, y es más, se habla de ella cuando no hay más remedio. Parece que hablar de la muerte, como algo natural que a todos nos espera, es una desubicación en el mejor de los casos.
Incluso, cuando el sacerdote llega para visitar al enfermo grave, sus propios parientes por lo general lo atajan y le impiden visitarlo diciéndole: "No padre, si usted va a verlo de repente el enfermo se asusta".
Hoy en día, se evitan los velorios, y muchas veces el difunto queda en depósito y sólo se hace el sepelio.
Todo pasa tan rápido que muchas veces, algún familiar y amigo se queda sin enterarse y sin poder ir a ver a la familia afectada, y al menos estar con ella.
De esta forma nos privamos de elaborar un duelo, despedirnos y rezar por el difunto. No es necesario que el difunto esté visible, pero sí es necesario encontrarse y hablar de él. Rezar por él. Es que hasta la oración parece de mal gusto en las modernas casas velatorias, y no falta la gente que con total falta de respeto conversa, mientras algunos rezan por la persona difunta.
En el antiguo oriente, en la época de Jesús, la gente contrataba "plañideras" que lloraban con estruendo, provocaban que la gente llorara y sacara afuera su angustia y pena. Por el contrario, en nuestra sociedad, hay gente que vive llena de traumas, miedos y bloqueos afectivos que ponen en peligro su salud mental, porque no se expresa, no manifiesta lo que le pasa.
Las sonrisas forzadas, las frases hechas, no liberan ni tranquilizan, ni explican el misterio de la muerte del ser querido.
"Estaba sufriendo"; "Dios lo necesitaba arriba".
Una joven esposa con dos hijos chicos, cuando escuchó estos "consuelos" respondió: "¿Para qué lo quiere Dios allá arriba? ¡Mis hijos y yo necesitamos de él!"
Un niño de 9 años, al que le quedaba poco tiempo de vida, al recibir la comunión, dijo en forma muy serena: "Estoy agradecido a Dios, y estoy contento, porque pude recibir a Jesús. Pero...¿por qué tengo que morirme?"
Sólo pude decirle: "No lo sé, sólo sé que la muerte no es lo que él desea para ti. Y sé que él te quiere, porque su Hijo murió por ti. Pero sólo puedo acompañarte con mi cariño y rezar por ti, pero no tengo más respuestas que darte".
Más vale presentar nuestros interrogantes, amar en silencio, estar con el que sufre hasta el final, que llenar la oscuridad con respuestas que no explican nada.
Lo que nos golpea no es la muerte que se da en la ancianidad, de una persona que ya ha vivido su vida. Nos apabulla la muerte del niño y del joven en la plenitud de su vida. Nos paralizan las muertes por hambre, o por enfermedades que podrían haberse evitado.

La muerte tiene muchos rostros, se llaman pobreza, marginación, discriminación, adicción a las drogas. Se llama injusticia, corrupción y soledad... ¡Tiene tantos nombres y rostros! Ella es enemiga, y disgregadora. No se la desea para nada. Pero ignorarla o negarla, buscar placeres fáciles para tratar de apartarla al menos de nuestra memoria, no soluciona el problema, ni nos consuela. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos con ella.

2. La esperanza de israel
Durante mucho tiempo en su historia, el Pueblo de Israel no creía en la vida eterna, sino que pensaba que Dios recompensaba a los justos con una vida larga y placentera, y que luego se iba al "sheol" o mundo inferior (infierno) a reunirse con sus padres. El sheol no era un lugar de tormentos, era como una prolongación del sepulcro, donde nadie puede alabar al Señor, y los que allí estaban vivían como en un eterno sueño, y por tanto había que disfrutar de la vida y ser agradecido con el Señor, porque en el Sheol nadie puede vivir una vida plena. "Los muertos no te alaban, ni te celebra la Muerte; los que caen en el hoyo, no esperan más en tu fidelidad. El que está vivo, ése es el que te bendice como yo lo hago ahora" (Is 39,18-19).
Pero esto no bastaba para calmar el hambre espiritual de los hombres de fe de Israel, que empiezan a cuestionar esta verdad.
También cuestionan la opinión de que los justos son premiados con riquezas y una vida más larga. Concretamente en el libro de Job, estos conceptos se ponen en tela de juicio.
Tras una apuesta entre Satanás y Dios acerca de la fidelidad de Job, un hombre bueno y justo, Job siendo inocente lo pierde todo; sus riquezas, sus hijos y hasta su salud. Y mientras, tres amigos, pretendiendo "consolarlo", repiten los conceptos tradicionales de que los justos "no sufren así" y terminan invitándolo a que reconozca sus pecados, que debe tenerlos porque Dios no puede ser injusto.

" EL JUSTO JOB " - GERARD SEGHERS.

Job protesta por su inocencia y les hace ver a sus torpes amigos, que no siempre los justos son premiados en esta vida por el Señor. Job prefiere desafiar al misterio del sufrimiento y de la muerte a la que intuye muy cercana. Pero en su lamento afirma, con hondura y profundidad admirables, la sed de vida y de Dios que tienen todos los seres humanos.
"...Yo sé que mi Redentor vive, y que él, el último, se alzará sobre el polvo. Y después que me arranquen esta piel, yo, con mi propia carne, veré a Dios. Sí, yo mismo lo veré" (Job 19,25-27).
Job desafía a Dios a que le responda, y éste lo hace, apabullándolo, en uno de los textos más hermosos de la Biblia, con la grandeza de la Creación, y haciéndole ver su insignificancia frente a su Gloria. Sin embargo, cuando uno espera que Dios termine castigando a Job, resulta que los que reciben una tremenda reprimenda son los amigos de Job, a los que Dios recomienda que le pidan a su servidor Job que rece por ellos, pues sólo él ha hablado con sabiduría. Todavía no hay respuestas absolutas, pero está claro que Dios prefiere al creyente que expresa su rebeldía y desconcierto con sinceridad, que al que intenta llenar el misterio con palabras huecas, o actitudes dogmáticas y cerradas que no responden a la realidad.
Hacia el siglo II a.C., la fe en la vida más allá de la muerte se va estableciendo en el pueblo de Israel, y en los libros de esta época se va expresando la convicción de que Dios es justo, y que él no puede permitir que los justos sufran la muerte y mueran jóvenes mientras los impíos prosperan.
Así en el pueblo más humilde ya encontramos la fe en la vida eterna. La convicción de los mártires israelitas perseguidos por su fe, no deja lugar a dudas, como se ve en el relato de la madre de los siete hermanos asesinados por el rey Antíoco, en el libro de los Macabeos (2Mac cap 7).

3. La fe en jesús resucitado
A diferencia del aristocrático grupo de los saduceos al cual pertenecía Caifás (el sumo sacerdote que condenaría a Jesús a muerte), otros grupos religiosos de la época de Jesús, y el pueblo más sencillo creían en la resurrección de los muertos.
Jesús toma partido por esta fe del pueblo en sus discusiones con los saduceos (Mt 22,26-32).
Los judíos, a diferencia de los griegos, no creían en una mera supervivencia del espíritu inmortal del ser humano (según Platón, la muerte era una verdadera liberación, ya que el cuerpo era la cárcel del alma inmortal). Eso explica por qué Pablo tuvo tan poco éxito en Atenas cuando habló de la Resurrección (ver He 17,19-34). La mentalidad judeo-cristiana llega a creer que cada persona es una unidad corporal y espiritual, y que el cuerpo es creación de Dios; por eso sostiene la resurrección de los cuerpos.
Esta conciencia de que todo ser humano está llamado a la vida eterna, se sostiene más plenamente desde el anuncio de la Buena Noticia, el núcleo central (kerigma) de la fe cristiana: Cristo ha Resucitado.
Jesús de Nazaret, el siervo de Dios, crucificado por su pueblo, ha resucitado de entre los muertos y ahora está sentado a la derecha del Padre Dios, o sea comparte toda su Gloria en plenitud (He 10,34-43). Esta convicción es la base de la fe cristiana. Sin esta verdad -dice Pablo- nuestra fe sería vana e inútil e incapaz de dar sentido a nuestra vida (1Cor 15,13-19).

4. La cruz, símbolo de vida


¿Cómo puede la muerte en la cruz salvar al mundo? La cruz en la antigüedad era un símbolo de muerte y maldición (ver Deut 21,22-23). Pero los cristianos tenemos a la cruz, no como un signo de muerte, sino como un signo de vida; por eso la llevamos colgada al cuello y la veneramos en nuestras casas y templos.
La cruz no es sólo el símbolo de una muerte inocente, sino la manifestación del amor inmenso del mismo Dios, hecho hombre, que muere por nosotros.
La cruz es una opción de vida de Jesús, que no quiso ceder a la tentación de maldecir a los enemigos, y confió en el amor del Padre Dios, hasta el final. Él dio la vida perdonando de corazón a los que lo asesinaban (ver Lc 23,33-43). Fue el amor de Jesús lo que hizo la diferencia; ese amor nos salvó. La cruz sola no es capaz de salvar a nadie: es un simple símbolo de muerte. Pero la Cruz con Cristo dando la vida por nosotros, es la que salva (ver Jn 3,16-17 y Gál 3,13-14).
La muerte no pudo contenerlo, no pudo con su amor, no pudo con su fe y obediencia al Padre. Él terminó sobrepasando a la muerte, y destruyéndola; quebrando sus límites. Ya el sepulcro está vacío, ya no puede contener al Señor de la Vida. Ahora la muerte ya no es el final sino el paso hacia una vida nueva. La muerte ya no es el callejón sin salida y el absurdo que era, la que truncaba todas las esperanzas y los buenos anhelos del hombre y la mujer de este mundo.
Los relatos del sepulcro vacío y de las mujeres desconcertadas ante la ausencia del cuerpo del Señor son el anuncio de una fe (muy histórica) que afirma que la muerte representada por el sepulcro, ya no puede contener al que está vivo y ha resucitado.
Lo esencial para la Buena Noticia, lo que predicamos los cristianos y que estamos viviendo, es que Jesús resucitó de veras y los Apóstoles y muchos otros testigos lo han atestiguado.
La Resurrección de Jesús no es un hecho histórico o "científico" en el sentido que se entiende hoy, porque es un acto salvador de Dios que trascendió al tiempo y lugar concreto que lo originó.
¿En qué apoyamos, entonces, esta verdad de fe que para San Pablo le da sentido a nuestra propia fe cristiana?

1. Pongamos primero una hipótesis negativa.
"Los apóstoles robaron el cadáver y luego dijeron que Resucitó" (Mt 28,11-15). Mateo coloca esta mentira en boca de los enemigos de Jesús. Pero, si alguien dice una mentira como ésta, lo hace para obtener alguna ventaja; sin embargo: ¿qué sacaron de bueno los apóstoles para sí mismos? El mismo Pablo nos lo contesta claramente: "Persecución, peligros, acusaciones, cárcel y posteriormente el destino de todos ellos: el martirio" (1Cor 15,30-32).

¿Quién puede dar la vida y jugarse enteramente por algo que sabe que no es verdad?
Dos cartas entre el emperador Trajano y Plinio el joven, gobernador de una provincia romana, nos hablan sobre el tratamiento judicial reservado a los cristianos. Al ser llevados ante los tribunales imperiales por el delito de ser cristianos, los apóstoles podrían haber salvado su vida simplemente con la retractación pública de lo que predicaban, y la renuncia a su fe cristiana. Pero no lo hicieron, porque afirmaron haber visto a Jesús resucitado; y estaban dispuestos a dar la vida por esta afirmación, ya que "no podían dejar de anunciar lo que habían visto y oído" (He 4,20). Ellos habían comido y bebido con el Resucitado. Creían realmente que estaba vivo, y no dudaron en sufrir el martirio para probar que decían la verdad.

2. Otra hipótesis negativa: "Los apóstoles tuvieron alucinaciones y vieron lo que no era real".
El problema es que los apóstoles vieron lo mismo, al mismo Jesús Resucitado, y la verdad es que según los evangelios no sólo les costó creer lo que veían sino que no lo esperaban.
¿Por qué no lo esperaban? Porque Jesús había muerto maldito según la propia Ley de Moisés. La muerte en cruz era una maldición. Según esta creencia, Jesús había sido maldecido por Dios, y entonces todo lo que creían sobre Él, se venía abajo.
Por eso, los primeros cristianos no representaban a Jesús crucificado. El primer crucifijo del que se tiene noticia es un graffiti encontrado en el muro de una casa romana del siglo III después de Cristo. En él se ve a un hombre crucificado con cabeza de asno y un joven adorándolo. Debajo del dibujo una inscripción burlesca dice: "Anaxímenes adora a su Dios". Anaxímenes era un joven cristiano y sus compañeros se burlaron de él.
Los apóstoles no esperaban verlo nuevamente, así que la alucinación parece muy difícil como hipótesis. Además, el hecho de "haber comido con Él" indica claramente que fue una experiencia concreta y no una alucinación (Lc 24,43).

3. Hipótesis positiva: los apóstoles sufrieron un cambio dramático. Los mismos discípulos que en el Huerto habían huído cobardemente, y que lo habían dejado solo en el momento del peligro, ahora ya no dudaban y anunciaron valientemente el triunfo de Jesús sobre la muerte (ver He 5,27-32). Este cambio no habría sido posible sin la Resurrección. Si Jesús hubiera muerto y nada más hubiera ocurrido, el cristianismo no existiría.

4. Otra hipótesis positiva: la supervivencia del movimiento que generó Jesús. En el mismo siglo en el cual Jesús predicó, se levantaron muchos diciendo que eran el Cristo esperado, el Mesías y ungido de Israel. La mayoría de ellos al contrario de Jesús lideraron movimientos revolucionarios, que intentarían por las armas conquistar la libertad de Israel. Los romanos los atraparon y los crucificaron. Luego sus movimientos y sus seguidores se dispersaron. Con Jesús pasó lo contrario: de un pequeño movimiento (apenas 500 seguidores según Pablo) se pasó en apenas 30 años después de su muerte, a tener cristianos en varias partes del Imperio Romano.

5. ¿Resurrección o Reencarnación?

En nuestra cultura occidental, la ideología platónica sigue aún muy presente, y por eso algunos, a pesar de definirse cristianos, no aceptan "la resurrección de la carne", no creen en la supervivencia del cuerpo en la Resurrección. A lo más aceptan la inmortalidad del alma, pero no la supervivencia del Cuerpo que plantea la Resurrección.
La Reencarnación es una doctrina surgida en la India, de la religión más antigua del mundo, que es el Hinduismo. En ella, así como en el Budismo, que es una renovación del Hinduismo, se sostiene que al morir el cuerpo material vuelve a la Tierra pero que el alma que es inmortal se reencarna. Si la persona se ha comportado bien la reencarnación será favorable.
La persona acumula "Karma" que es el equivalente de las culpas y errores cometidos, que deben pagarse para que el alma se perfeccione y escape a la rueda de las reencarnaciones, alcanzando la santidad y la unión con Dios.
Por eso si la persona era un miembro de la clase alta (un brahmán) pero se portó muy mal, puede al morir reencarnarse en un sudra, o sea un trabajador manual de condición inferior. O peor todavía, un descastado o un intocable (al que no se puede tocar, porque contamina con Karma). Estas personas sufren el desprecio y la marginación, porque pagan las injusticias y las maldades cometidas en otra vida.
La reencarnación es una doctrina religiosa que no se inspira en la Biblia, y que tiende a justificar las injusticias de una sociedad atada a una gran inmovilidad social.

6. La resurrección no es un simple revivir
Lo que vivió Lázaro (Jn 11,38-43) no fue propiamente una "resurrección": revivido por Jesús, y devuelto a la vida que antes tenía, envejeció o se enfermó y volvió a morir. Por el contrario, Pablo nos afirma que la primera y verdadera resurrección fue la de Cristo que murió sólo una vez y ya no está sometido a la muerte (Rom 6,8-11). Lo de Lázaro fue sólo un anuncio de la verdadera Resurrección, que es una vida totalmente nueva, superior a la que tenemos ahora. Esta vida comienza ya desde el día de nuestro bautismo, que es "un morir al pecado, para vivir en Cristo una Vida nueva". La Resurrección en la enseñanza de Pablo, comienza ya cuando nos decidimos a convertirnos y vivir el estilo de vida que Jesús nos enseñó.
La Resurrección no es un rescate material del cuerpo que ahora tenemos. Si bien éste es parte de nuestra persona puesto que no somos ángeles para ser puro espíritu, implica un estado superior de vida. Un pasar de un cuerpo animal y material, caduco y vulnerable a las enfermedades y a la vejez y muerte, a un cuerpo animado por el Espíritu Santo, al que Pablo llama "cuerpo espiritual". ¿Cómo será este cuerpo? Pablo no nos lo dice más que con ejemplos (ver 1Cor 15,35-58). Pablo tenía el oficio de fabricante de tiendas de campaña o carpas. Él compara nuestro cuerpo material con una carpa, que es sólo una vivienda temporal que nos protege durante el viaje. Al llegar a nuestro destino la abandonamos, adquiriendo una nueva residencia superior, no hecha por manos de hombre (2Cor 4,16-18; 5,1-5).
Por eso Pablo llama a Cristo el nuevo Adán, y habla de una nueva Creación (Rom cap. 5).
Para el apóstol, el Cuerpo de Jesús Resucitado es el comienzo de una nueva Creación y de una realidad nueva no sometida a la muerte. Pero esta realidad ya ha comenzado a realizarse en nosotros desde el día de nuestro bautismo, y cuando nosotros asumimos una vida nueva con actitudes de justicia, de respeto a la vida, de amor y de generosidad. Asumiendo el estilo de vida de Jesús, ya hemos comenzado a Resucitar, y aunque todavía padezcamos el dolor y la muerte física, y aún no se haya manifestado plenamente la Gloria que nos espera, sabemos que el Padre nos ha de resucitar junto al Señor.

7. ¿Existen el Cielo y la Vida Eterna?

Claro que sí, pero la Biblia nos habla simbólicamente de él, porque es una realidad misteriosa y difícil de entender. Por eso se habla de un banquete de bodas, de un reencuentro festivo entre un padre y un hijo, de una nueva Jerusalén que baja del Cielo (Lc 15,11-31; Mt 22,1-14; Ap 21,1-7). Estas son imágenes que no hablan de un "lugar" sino de un estado de vida, de la invitación que nos hace Dios a compartir su propia gloria y divinidad. A vivir junto a él para siempre.
Lo que llamamos "Cielo" es una nueva creación, es un Universo que ya no está sometido al mal y a la muerte, sino renovado por la vida misma de Dios, que hace nuevas todas las cosas (Rom 8,18-25).
¿Cuándo resucitaremos y se establecerá definitivamente el Reino de Dios?
El Credo Apostólico dice de Jesús Resucitado: "Está sentado a la derecha del Padre, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y su Reino no tendrá fin".
Pero Jesús advirtió que el día y la hora nadie lo sabrá y que no debemos creer a los que nos dicen que lo saben (Mt 24,22-44; He 1,7-11).
Él Señor vendrá "como ladrón en la noche" para establecer su Reino, puede venir mañana o dentro de 1.000 años, por eso debemos estar alertas y despiertos, debemos vigilar para esperarlo.
Esto significa que no debemos atarnos a este mundo caduco. Significa que debemos trabajar aquí y ahora para construir una sociedad más justa. El Reino no será el fruto del esfuerzo humano, será un don de Dios. De no ser así no pediríamos en el Padre Nuestro a Dios que venga.
Trabajar para construir el Reino en el amor, el respeto a la vida, la solidaridad y la justicia es condición para entrar en él. Esto es lo que magistralmente nos hace descubrir Jesús en el Evangelio de Mateo con la parábola del juicio final: la condena es para los que no han hecho nada para socorrer a los pobres y los humildes (Mt 25,31-46).
Pero la Palabra de Jesús dice también que al Reino no se entra por méritos, sino por gracia de Dios. Por más buenos que seamos, por más comprometidos que vivamos, Dios no está obligado a ingresarnos en el Reino. Y también se da el contrario: nuestro pecado no es más fuerte que Dios, y por más malos que seamos, no podemos "vencer" la misericordia del Señor. Además, el ser humano es un misterio insondable: nadie es absolutamente bueno ni absolutamente malo, de tal manera que nadie es in-apto para el Reino. O si se quiere, todos somos in-aptos para el Reino y sólo entramos a él por la gracia de Dios.

¿Existe el infierno?
Existe, pero no es un lugar, sino como nos advertía Juan Pablo II, un estado de vida.
Es cierto que Dios no ha querido nunca ni desea para ninguno de sus hijos la tortura eterna que supone el vivir al margen del amor de Dios. Porque eso y ninguna cosa más que eso es el infierno. La cuestión es que Dios respeta profundamente nuestra libertad, y por lo tanto no puede obligarnos a que lo amemos y amemos a nuestros hermanos.
San Agustín comparaba el infierno con una cárcel en la cual no hay guardias pues los condenados poseen la llave, pero aunque sufren en ella, su orgullo y su soberbia no les permiten salir.
La imagen del fuego que se asocia al infierno no es más que un símbolo. Jesús llama al infierno "Gehenna" y dice que en él, el gusano no muere y el fuego no se apaga (Mc 9,48). La Gehenna era el nombre del basurero de Jerusalén. La basura de la ciudad, tanto los desechos humanos como de los animales o de restos de comida, iban a parar allí.
Era un valle que se situaba al pie del Monte Sión sobre el que se levantaba la ciudad.
En otros tiempos antes que el Rey David en el año 1000 antes de Cristo conquistara la ciudad, era un lugar de culto al Dios cananeo Moloc, al que se le sacrificaban niños recién nacidos, generalmente varones primogénitos. El rey David había derribado los altares y la estatua del falso dios, declarando maldito a ese lugar. Por eso era el basurero de la ciudad. Al caer la noche ardía con fuego y azufre puesto por el servicio municipal de la ciudad. Los gusanos eran abundantes puesto que la materia orgánica en descomposición los atraía. De ahí viene el equívoco producido cuando se toma literalmente lo que es una imagen. Respecto a quienes están en esa situación no podemos saberlo. La Iglesia sólo nos dice quienes están gozando de la gloria eterna, que son nuestros hermanos los santos.
Por otra parte, el libro del Apocalipsis nos describe la multitud de los que se salvaron como muy numerosa e imposible de contar. Lo cual nos plantea una hipótesis sumamente optimista (Ap 7,9-12). Pero el infierno es una posibilidad real, y se auto condenan y caen en él aquellas personas que eligen vivir sólo para sí mismas como el rico egoísta de la parábola de Lázaro y el rico (Lc 16,19-31). Claro que mientras hay vida hay esperanza de cambio y de rectificación de conducta, como le ocurrió al buen ladrón (Lc 23,43). Jesús acompañó el anuncio de la Buena Noticia del Reino con la invitación a convertirse.

El Juicio Final y el juicio personal
Creemos que cada uno de nosotros debe ser juzgado por Dios, y ese juicio personal, tiene lugar en el momento de la muerte, que es el momento de la madurez final y de la elección definitiva. No es un sólo acto de nuestra vida lo que influye en nuestro destino eterno, sino el conjunto de nuestra vida. Dios es un juez justo y misericordioso y en el ocaso de nuestra vida nos pedirá cuentas, y como decía el Abbé Pierre nos juzgará en el amor. Será el amor al prójimo y sobre todo al más pobre y pequeño lo que decidirá nuestra pertenencia al Reino de Dios.
El juicio final será precedido de la Resurrección de los muertos, y todos serán juzgados por el Señor. Pero este acontecimiento ocurrirá al fin de la historia, día del cual no tenemos noticia, puesto que no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor vendrá definitivamente a tomar posesión de su Reino.

¿Y el Purgatorio?
La existencia del Cielo y el Infierno y del juicio de Dios son dogmas de fe. Por el contrario, la existencia del Purgatorio no lo es. Pero esta doctrina de la Iglesia encierra una buena noticia. Dios nos ama tanto, que aún después de la muerte nos da la oportunidad de expiar nuestras culpas para poder acercarnos a él.
Sobre esta posibilidad existen dos referencias en la Biblia. Una en el libro de los Macabeos, en el cual Judas ofrece un sacrificio por sufragio de las almas de los israelitas muertos en batalla y que si bien habían muerto valientemente en defensa de su patria tenían aún pecados que expiar (ver 2Mac 12,38-42). Y la otra es una misteriosa referencia de Pablo a un fuego purificador que en el momento de la verdad probará la obra de nuestra vida, pero que de todas formas nos ofrecerá la posibilidad de salvarnos (1Cor 3,10-17). El purgatorio es el encuentro reconciliador entre un Padre y su hijo, cuando el hijo reconoce sus culpas y pide perdón. Sufre, por supuesto, pues se apena por haber herido a su Padre y haberlo ofendido. Pero este sufrimiento va cargado de esperanza. Pues el hijo sabe que su Padre no lo rechaza sino que confía en él y lo recibe.
En fin, a pesar de todo la muerte sigue teniendo un halo de misterio y sigue atemorizándonos. La partida de un ser querido nos entristece, como a Jesús mismo que lloró en la tumba de su amigo. Sin embargo, en el horizonte de nuestra vida se presenta la esperanza más brillante. Jesús nos enseña que quien de su vida por el Evangelio y la consagre a construir el Reino, tendrá la plenitud de la vida. Porque la vida no tiene sentido si uno no la entrega a los demás y sobre todo al Señor.
Ya lo ha dicho Jesús: "Yo soy la Resurrección y la Vida, el que crea en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre" (Jn 11,25-26).
Sabemos que la última palabra en la vida de la Humanidad no la tiene la muerte sino la Vida, la tiene nuestro Dios que es la vida.
Así lo atestigua San Francisco de Asís, cuando reza.

"Alabado seas mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueren en pecado mortal! Bienaventurados aquellos a quienes encontrará cumpliendo tu santa voluntad. Pues la muerte segunda no les hará ningún mal".
( Eduardo Ojeda ).
FUENTE : www.chasque.net/umbrales
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

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