viernes, 25 de enero de 2008

Pablo de Tarso, heraldo de Cristo y apóstol de los gentiles.
El día 28 de junio de 2007, con motivo de los dos mil años del nacimiento de san Pablo, el papa Benedicto XVI proclama el Año jubilar dedicado al apóstol de los Gentiles y heraldo de Cristo, desde el 28 de junio del año 2008 al 28 del mismo mes del año 2009 en la basílica de san Pablo Extramuros, en Roma, lugar donde fue decapitado por la espada. Al día siguiente, 29, fiesta de los santos Pedro y Pablo, celebrará solemnemente la Eucaristía, en la cual impondrá el palio a los arzobispos nombrados en este año.
Miguel de Cervantes escribe: “don Quijote de la Mancha viendo un retrato en lienzo de san Pablo exclama fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios nuestro Señor en su tiempo, el mayor defensor suyo que tendrá jamás, caballero andante por vida y santo a pié quedó por la muerte, trabajador incansable de la viña del Señor, doctor de las gentes a quien sirvieron de escuela los cielos, y de catedrático y maestro el mismo Jesucristo”. Hermosas y bellas palabras que perfectamente sintetizan su personalidad, vida, historia y su pensamiento cristiano.
Ciertamente, “Pablo fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios nuestro Señor en su tiempo”. Nace entre el año 7 al año 10 de la Era cristiana, en Tarso, entonces una hermosa, culta y próspera colonia griega. Sus padres eran ricos comerciantes judíos de la secta fariseo, de habla y ascendencia aramea, quienes le imponen el nombre hebreo de Saúl, en griego Saulo. Le educan en su religión judía fariseo y en la cultura helenista. Obtiene el oficio de tejedor de telas y consigue el “jus civitatis” (derecho de ciudadanía romana).
A los quince años, sus padres le envían a Jerusalén para que estudie la religión judía en la escuela del sabio rabí Gamaliel. En ella, amplía y perfecciona las enseñanzas mosaicas, proféticas, históricas y sapienciales del Antiguo Testamento y aprende la prodigiosa y sutil dialéctica de su maestro. Se convierte en un fanático activista judío persiguiendo a los discípulos y seguidores de Jesús, llamados hermanos o nazarenos. Presencia y participa en la muerte a pedradas del primer mártir cristiano, el diácono Esteban, por hablar contra el Templo judío y contra la Ley mosaica y por recriminar a los judíos, que sus padres mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, a quien ahora ellos han traicionado y asesinado.
Pablo enfurecido e irritado, pide cartas de recomendación al sumo sacerdote judío para las sinagogas de Damasco con el fin de llevar atados Jerusalén a todos los cristianos de esta ciudad. De camino hacia ella, “rodeado de una luz celeste, cae al suelo, y oye una voz que le dice, Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Le pregunta, “¿quién eres señor?” Le contesta, “yo soy a quien tú persigues, levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que tienes que hacer” (Act.9, 4-6). Atónito se levanta del suelo con ojos abiertos pero sin poder ver. Le llevan de la mano a Damasco, donde estuvo tres días sin ver, ni comer ni beber.
Por mandato divino, el discípulo cristiano, Ananías, le visita en la casa donde se hospeda, y le dice: “hermano Saulo, el Señor que se te apareció en el camino que traías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Act. 9.17). Recobra inmediatamente la vista, se convierte al Cristianismo, y es bautizado, hecho que tuvo lugar el año 36 de la Era Cristiana.
Desde entonces, ciertamente, Pablo será “el mayor defensor de Jesús que tendrá jamás”. Empieza a enseñar y predicar en las sinagogas de Damasco, que Jesús Nazareno es el Hijo de Dios, el Mesías o Cristo, a quien los judíos esperan. Ello provoca sus iras incontenibles intentando matarlo. Regresa a Jerusalén, donde Bernabé lo presenta a los apóstoles. En esta ciudad, predica con valor y audacia el Cristianismo entre los judíos helenistas, quienes, también, intentan quitarle la vida.
Vuelve a Tarso, a casa de sus padres, quienes no le reciben bien por su conversión cristiana. Regresa en compañía de Bernabé a Antioquia, ciudad donde, por primera vez, los discípulos de Jesús, son llamados “cristianos”. Hasta entonces eran conocidos como “hermanos o nazarenos”. En esta ciudad, durante dos años se prepara a fondo para su misión apostólica entre los gentiles.
Estando en esta metrópoli, llegaron unos discípulos procedentes de Judea diciendo a los hermanos, si no os circuncidáis según la costumbre mosaica no podéis salvaros. Ello dio motivo a una gran discusión entre Pablo y Bernabé y ellos, y deciden ir a Jerusalén para resolver esta cuestión con los apóstoles y presbíteros. Reunidos los apóstoles y los presbíteros, habla Pedro y la asamblea calla, a continuación escuchan a Bernabé y a Pablo que defienden la no circuncisión de los gentiles. Entonces, la asamblea por boca de Santiago, el hermano del Señor, acuerda no imponerles la circuncisión judía.
En adelante, Pablo será, ciertamente, “el caballero andante por la vida y santo a pie por la muerte, y un trabajador incansable de la viña del Señor”. Inicia sus tres viajes apostólicos de misionero trepidante, el año 45, partiendo de Jerusalén; ganándose la vida trabajando de telonero para obtener los recursos materiales para afrontar sus gastos, y sacando tiempo suficiente para escribir su famosas Cartas a los Gálatas, Corintios (1º y 2ª), Romanos y Tesalonienses (1º y 2º).
En su primer viaje misionero que dura del año 45 al 49, recorre Chipre, donde cambia su nombre griego de Saulo por el latino de Paulo, en castellano Pablo, Asia Menor, Pamfilia, Pisidia Licoania, Derbe, Antioquia de Pisidia, Iconio, Listres y Antioquia regresando a Jerusalén. En su segundo viaje misionero que dura del año 50 al 53, visita las comunidades cristianas creadas por él en Asia Menor y Galacia, recorre Filipo de Macedonia, Tesalónica, Atenas y Corinto, Éfeso y Antioquia regresando a Jerusalén. En su tercer viaje misionero que dura desde el año 53 al 58, vuelve a Éfeso, Grecia, Corinto, llega a las orillas del Adriático, retrocede a las islas de Mitilene, Chíos, Samos y Rodas y Siria regresando a Jerusalén.
En Jerusalén da cuenta de sus viajes al apóstol Santiago, hermano del Señor, y visita el colegio de ancianos quienes le manifiestan tenga precaución con los judíos, particularmente, con los procedentes de Asia menor que le odiaban. Pablo se dedica a predicarles el mensaje cristiano, pero ellos le rechazan violentamente. Le acusan de introducir en el atrio del Templo a un incircunciso, lo que da lugar a un tumulto violento, teniendo que intervenir el tribuno romano Lisias para evitar su linchamiento. Al pretender flagelarlo, le manifiesta que es ciudadano romano. Entonces, lo envía al procurador Félix con residencia en Cesárea, quien le retiene en prisión.
Sustituido Félix por Festo, hombre bueno pero débil, no se atrevió a liberarlo, pensando devolverlo a Jerusalén, lo que acarrearía su muerte. En vista de ello y tantas dilaciones procesales, Pablo hace uso de su “jus civis romani”, apelando al César y exigiendo le enviasen a Roma. En septiembre del año 60, acompañado del centurión Julio y de una escolta de legionarios y de Lucas y Aristarco, emprende un largo y penoso viaje marítimo, lleno de aventuras y peripecias, desde Cesárea a Roma, arribando a las orillas de una playa italiana, en Puzol, y andando por la vía Apia, llega a Roma en la primavera del año 61.
Pablo, entregado a la fuerza pretoriana y puesto bajo custodia militar, es autorizado a vivir en una casa alquilada, en la cual podía recibir visitas. En esta situación, permaneció dos años, recibiendo numerosas y diversas personas, ansiosas de verle y conocerle; entre ellas, Eubulo, Prudente y Lino, este último llegó ser Papa y mártir, sucesor de Pedro. En Roma, Pablo encuentra una comunidad cristiana numerosa procedente del judaísmo y de la gentilidad, presidida por el anciano y apóstol Pedro, de sesenta y seis a setenta de edad, diez o quince años más viejo que él, a donde había llegado a esta ciudad, en el año 42, según Eusebio de Cesara.
En torno a Pablo, se agrupan una serie de fieles cristianos, entre los cuales se encuentran Lucas, autor del tercer Evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles, Marcos, autor del segundo Evangelio, Timoteo, Aristarco, Épatras, Tíquico y otros más. Pablo, prisionero, irradiaba en sus conversaciones una fuerte personalidad y un poder enorme espiritual de hermandad cristiana.
En esta situación de prisionero, escribe las Cartas, llamadas de la Cautividad, a los Efesios, Colosenses, Filipenses y Filemón. Absuelto y liberado, en el año 63, viaja a Grecia, Creta y Corinto. Ciertos autores entienden que, tal vez, pudo haber venido, en esta ocasión, a Tarraco, en la Hispania romana, dado su deseo. Detenido en Tróade, de nuevo, regresa a Roma. Escribe sus tres Cartas pastorales a Timoteo y Tito y la Carta a los Hebreos.
En el día 29 del año 67, según una antigua tradición afirma, Pablo fue ejecutado a espada según un privilegio que se concedía a los ciudadanos romanos, en el camino de Ostia, ordenado por el loco emperador Nerón en su persecución contra los cristianos, a quienes culpó maliciosamente del incendio de Roma. Pedro fue crucificado, el mismo día o un día después, con la cabeza hacia abajo, que había pedido a sus verdugos, recordando humildemente a Jesús, su divino Maestro. Tácito escribe en sus Anales: “según un rumor siniestro, el emperador Nerón había incendiado la ciudad de Roma y para disipar esta creencia y culpar a otros, martirizándolos, acusó a los cristianos”.
Pablo, personalmente, era de pequeña estatura y de salud débil. Sufría una enfermedad dolorosa, humillante y crónica, como confirma en Gáls. 4,13-15; sin embargo, era todo un hombre de acción. Poseía un temperamento de jefe, una voluntad de hierro, una constancia inquebrantable, un gran sentido de iniciativa, una capacidad extraordinaria para el trabajo y un carácter apasionado, impetuoso y conquistador, que movía al amor o al odio; junto con un alma de fina sensibilidad y condescendencia y un corazón lleno de ternura, que despertaba fuerte simpatía y atraía profundamente a los demás. Era un gran líder.
Pablo, además, era un gran psicólogo introspectivo, un gran dialéctico exegético bíblico y un ingenioso escritor con un vocabulario griego extenso, propio de las gentes cultas de su tiempo. Utilizaba la diatriba griega, hacía interpelaciones a sus lectores preguntándoles y poniéndoles objeciones, amaba la antítesis Dios-mundo, justicia-pecado, espíritu-carne, espíritu- letra, hombre viejo-hombre nuevo, y sus conclusiones van de menor a mayor.
Pablo es, sin duda, “el doctor de las gentes, a quienes les sirvieron las escuelas de los cielos, y de catedrático el mismo Jesucristo”. Sus fuentes de inspiración son su fe judía farisaica en Dios, creador y Señor del cielo y de la tierra, que aparecerá al final de los tiempos como juez y rey de todos los hombres para premiarlos o castigarlos según sus merecimientos. Son los dichos y hechos de Jesucristo y la fe de la primitiva Iglesia cristiana que conoció por medio de la tradición oral de los demás apóstoles, quienes le enseñaron que el Señor Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, nació, murió crucificado y resucitó para salvación de los seres humanos; y son las revelaciones personales del mismo Jesucristo.
Pablo funda las primeras comunidades cristianas en el mundo greco-romano, se preocupa de la unidad de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo y de su igualdad entre todos sus fieles. Da valor al trabajo al escribir “el que no quiera trabajar que no coma” (II Tesl. 2,10), fija los principios y la esencia del matrimonio cristiano y las relaciones entre padres e hijos, y afirma la inmortalidad del ser humano al escribir “cuando esta carne se revista de incorruptibilidad y este cuerpo de inmortalidad, la muerte será vencida por la victoria” (I Cor.15, 51- 55)
Sus catorce Cartas tienen un mismo objetivo, predicar la divinidad de Jesucristo crucificado y resucitado, “escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero salvación para todos los hombres”. Las inicia con un saludo, le sigue un introducción de alabanza o de acción de gracias, a continuación expone la doctrina evangélica y una exhortación para su práctica, y termina con saludos y recomendaciones.
En la Carta a los Romanos, la más larga y densa doctrinal, expone su famosa doctrina cristiana “el hombre se justifica y se salva por la fe en Jesucristo, y no por la Ley mosaica”, basado en el principio “justus ex fide vivet”. En la Carta a los Gálatas, insiste en la suficiencia de la sola fe cristiana para la salvación del ser humano, y en la inutilidad de la Ley mosaica y su circuncisión.
En la Carta primera a los Corintios, corrige los defectos y pecados de esta comunidad cristiana, entre ellos, a los que niegan la resurrección de los muertos; y les exhorta a vivir “en caridad, que es longámine, benigna, no envidiosa ni jactanciosa ni descortés, no busca lo suyo ni se irrita ni piensa mal, no se alegra de la injusticia, se complace de la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo tolera”. (Cor. 13, 4-6). En la segunda Carta a los Corintios, comunidad por la que Pablo sintió gran afecto, le explica su relación y comportamiento con ellos.
En la Carta a los Efesios, expone el misterio de Iglesia y les exhorta a su unidad. En la Carta a los Filipenses, les habla del misterio de Cristo y les exhorta a imitarle. En la Carta a los Colosenses, insiste en el misterio de Cristo, del que se considera su heraldo para proclamarlo, y les advierte de los falsos profetas. En las Cartas primera y segunda a los Tesalonicenses, le manifiesta las fatigas que padeció en su predicación evangélica, les exhorta a la caridad y al trabajo, y les recuerda que la resurrección de Jesucristo es la garantía de nuestra resurrección.
En la Carta primera a Timoteo, le instruye en las condiciones que han de tener los presbíteros y diáconos, sobre los falsos profetas, como ha de tratar a las personas de la Iglesia y gobernarse a si mismo. En la segunda Carta a Timoteo, como inmediata despedida de esta vida, le conjura: “predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con paciencia y doctrina; porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades, apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio, porque yo estoy apunto de ser inmolado y mi partida es inminente. Competí en noble competición y he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe; y desde hora me aguarda la corona de justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo juez, y no solo a mi, sino a todos aquellos que hallan esperado su manifestación” (II Timto. 6. 2-8).
En su Carta a Tito, le da unas instrucciones sobre las condiciones que han de tener los presbíteros, y como ha de tratar a los ancianos, jóvenes y siervos en la Iglesia y respetar a la autoridad. En su Carta Filemón, le pide, por caridad, trate al siervo Enésimo no como tal, sino como hermano. En su Carta a los Hebreos, de distinto estilo, expone la importancia de sacerdocio de Jesucristo y de Aarón, como expiación de los pecados, siendo el sacerdocio de Cristo el que realiza la eficaz expiación.
Ciertamente, san Pablo fue el heraldo de Jesucristo y el apóstol de los gentiles, prototipo del misionero cristiano. ¡D. Quijote de la Mancha tenía razón al hablar de este modo de san Pablo!.
( José Barros Guede. A Coruña ).
FUENTE :
www.revistaecclesia.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

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