lunes, 31 de marzo de 2008

MIRAR Y ESCUCHAR A JÉSÚS EN LA ERA DE LA HIPERCOMUNICACIÓN.

Mirar y escuchar a Jesús en la era de la hipercomunicación.

1. Aclarando términos.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de «comunicación»?
La palabra «comunicación» remite al latín communicare, que sugiere, entre otras cosas, hacer comunidad; de acuerdo con la etimología, por tanto, «comunicación» remite a un encuentro de varios. La Real Academia de la lengua, por su parte, define «comunicación» como correspondencia entre dos o más personas, transmisión de señales mediante un código común al emisor y al receptor, el lenguaje.
De la definición y la etimología se desprenden, pues, los elementos que siempre han de estar presentes en un acto de comunicación: varias personas, transmisión de señales en un código común a ambas y creación de un espacio compartido, que sugiere también un ámbito de intimidad y que constituye la meta de la comunicación.
Ahora bien, esos elementos, para darse, necesitan ciertas condiciones. Y, así, es preciso que aquellos que van a comunicarse se encuentren y se escuchen –de donde surge la comunicación «en directo» y la telecomunicación–; se deben procurar condiciones para una comunicación oral o escrita; y, finalmente, se hace necesario que los que se quieren comunicar comprendan el código común o que busquen un intérprete y que, necesariamente, lleguen a compartir ideas, sentimientos, gustos, aficiones; si no, no habrán creado nada común; se habrán informado, pero difícilmente se habrán comunicado.

2. La comunicación de Jesús. Rasgos generales
Una lectura cursiva de los evangelios analizando la comunicación de Jesús nos muestra, en primer lugar, que Jesús sólo ha dejado huella de comunicación oral; los evangelios no presentan a Jesús escribiendo, ni conservamos ningún texto –ni siquiera apócrifo– que se considere hológrafo de Jesús. Además, toda la comunicación de Jesús es presencial, directa, «cuerpo a cuerpo»; no se comunica a distancia –no se telecomunica–, como hace Pablo cuando escribe sus cartas, por ejemplo, o cuando Juan Bautista envía un discípulo a preguntarle. Él va a la sinagoga, se acerca directamente a la gente, la convoca en un lugar donde puedan escucharle, se acerca a las casas... Y también toca, se separa, cierra los ojos...
Cuando Jesús habla con la gente, no utiliza un lenguaje de conceptos duro e intelectual, que remite sólo a ideas. Jesús cuenta, narra; y cuando lo hace, despliega toda la capacidad de evocar, sugerir e implicar en la comunicación, propia del lenguaje narrativo. Y esas historias que Jesús cuenta constituyen experiencias cotidianas ante las que hay que situarse; personas con las que hay que convivir o encontrarse; realidades dadas que hay que afrontar. Por eso son historias vivas, porque obligan a hacerlas propias y a contarlas como propias. Es curioso, pero en algunos comentarios a propósito del éxito mediático del último Presidente de la V República francesa, Nicolás Sarkozy, se ha señalado: «siempre desciende al detalle y habla de cosas muy concretas que los ciudadanos entienden»3. Por otro lado, el vocabulario que Jesús utiliza es sencillo –semillas, levadura, monedas, hijos ingratos, banquetes, trabajadores contratados...– y conciso, hecho de dichos breves que, de hecho, se fueron transmitiendo y recopilando en la tradición oral; por ejemplo: «Donde está el cadáver, allí se juntan los buitres» (Mt 24,28).
A veces, Jesús incluye refranes y aforismos cuando habla –«Al que tenga se le dará, pero al que no tenga se le quitará hasta lo que tenga» (Lc 8,18); «¡Médico, cúrate a ti mismo!» (Lc ,23)–; otras veces, se dirige a los oyentes directamente y reclama su atención –«¡Atención! Que nadie os engañe» (Mc 13,5) «¡Estad despiertos!» (Mc 13,33); «¡Vigilad!» (Mc 14,37)– o hace preguntas –«¿Pueden ayunar los invitados de la boda mientras está con ellos el novio?» (Lc 5,34); «¿Qué salisteis a ver en el desierto?» (Lc 724)–. En muchas ocasiones explica, invita, nombra; a veces los llama por su nombre: Zaqueo (Lc 19,5), Marta (Lc 10,41)... Nunca se deja llevar por el cansancio; tiene en consideración lo que sienten y dicen los demás –«¡No llores!» (Lc 7,13)– y habla de cosas que a la gente le atañen. Por último, se comunica en la sinagoga, en la boca de un pozo, en el camino, en la casa..., es decir, donde la gente está. No llama a la gente a que venga a hablar con Él; no les da cita ni concierta entrevistas.
Pero Jesús se comunica también con la gente, muchas veces, de forma no verbal: mediante gestos del rostro u otras acciones corporales. Así, podemos ver cómo toca a la suegra de Pedro (Mt 8,15; Mc 1,31), toma la mano de la niña (Mt 9,25); se retira a solas (Mt 14,13; 15,21; Mc 1,35; 6,47) y se oculta (Jn 8,59; 11,54); calla y no responde (Mt 15,23; 26,63; 27,14; Mc 14,61); echa una mirada general (Mc 11,11); llora (Lc 19,41) y hace signos en el suelo (Jn 8,6).
En algunos casos, su lenguaje verbal es un esfuerzo por explicar lenguajes gestuales previos. Así, pone a los niños en medio para luego explicar que ésa es la actitud que se espera de los discípulos (Lc 18,15-17); parte el pan y reparte la copa, pronunciando las palabras que explican el gesto: «es mi cuerpo-es mi sangre» (Mc 14,22-25 y paralelos).
Gracias a toda esta comunicación interpersonal –la que establece con las otras personas–, conocemos el sentido de su misión, sus valores, los nombres de sus amigos, la interpretación de sus gestos... En Jesús, todo su recorrer los caminos de Palestina es un constante encuentro de comunicación: con los que suben al monte, con los que encuentra en la sinagoga, con aquellos a los que cura, con las mujeres que tienen gestos de acogida con él, con las autoridades, con los discípulos...
Pero los evangelios nos han facilitado también retazos de lo que se llama comunicación intrapersonal: la que Jesús tenía consigo mismo, su pensamiento... Jesús conoce los pensamientos de quienes vienen a probarlo (Mt 9,4; 12,25; Mc 2,8), su malicia (Mt 22,18); se conmueve (Mt 9,36; 15,32); se siente horrorizado (Mc 14,33); siente la fuerza que ha salido de él (Mc 5,30); se sorprende (Mc 6,6); se queda cautivado (Mc 10,21); se estremece (Lc 10,21); se debate interiormente (Jn 13,21); es consciente del momento que le toca vivir (Jn 13,1)...

3. Los lenguajes de Jesús
3.1. Las estrategias de comunicación
En el prólogo a su novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes finge un diálogo lleno de ironía con un amigo que le aconseja:
«...procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos»4.
El consejo del amigo está pensando en que la comunicación, en este caso la novela, consiga su objetivo (la crítica de las novelas de caballería), y para ello recomienda palabras significantes, honestas y bien colocadas. Porque la comunicación sólo se produce con éxito si cala, si es recibida y comprendida por aquel a quien va dirigida.
¿Podemos reconocer en Jesús un esfuerzo por hacerse entender? ¿Distinguía los momentos, los destinatarios? ¿Pueden considerarse las palabras de Jesús, en definitiva, significantes, honestas y bien colocadas?
3.2. Palabras significativas
Decimos normalmente que algo es significativo cuando resalta, destaca, provoca, llama la atención... Así, decimos que un cambio o un aumento son o no significativos; los mapas meteorológicos son ahora significativos; incluso en el mundo de la educación se postula en nuestros días un aprendizaje significativo, con sentido, en el que los alumnos pongan en relación los nuevos contenidos o valores con otros que poseían con anterioridad.
¿Es significativa la comunicación de Jesús? ¿Llama la atención? ¿Engancha con algo que ya poseen sus oyentes previamente?
Podemos pensar que sus palabras llamaban la atención porque quienes las escuchaban, reaccionaban: los Zebedeos o Mateo, a los que dice: «venid, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19-20) y «sígueme» (Mt 9,9; Lc 5,27-28), dejaban al momento lo que estaban haciendo y se unían a Jesús. Significativas debían encontrar sus palabras también aquellos que quedaban sorprendidos de la autoridad con que enseñaba (Mt 7,28-29; 8,27; 12,23); los que acudían a escucharle (Lc 21,37-38), los que se indignaban ante lo que decía y hacía (Mt 12,14; 13,57; Lc 6,11) e incluso aquellos que, como Herodes, oían rumores y se disponían a contrastarlos (Lc 9,9).
Significativas resultarían también sus propuestas, por reinterpretar de una manera nueva la enseñanza tradicional que los oyentes conocían: «no he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento» (Mt 5,17); «habéis oído que se dijo a los antiguos [...] pero yo os digo» (Mt 5,21.27.31.33.38.43); «¿Por qué come vuestro maestro con publicanos y pecadores?» (Mt 9,11); «¿.Por qué los fariseos y nosotros ayunamos mucho, y tus discípulos no?» (Mt 9,14; Lc 5,33); «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas» (Mc 14,27).
Significativas, por último, tenían que resultar por cuanto entroncaban con las grandes esperanzas del pueblo de Israel, y así Juan Bautista envía a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3; Lc 7,19); y las gentes se preguntan: «¿No será éste el Hijo de David?» (Mt 12,23).

3.3. Palabras honestas
Los oyentes de Jesús perciben en sus palabras un «plus» de credibilidad que les hace cuestionar la autoridad de la enseñanza de los escribas, expertos en la interpretación de la ley. «Les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mt 7,28-29); «Jamás se vio cosa igual en Israel» (Mt 9,33). Además, sus gestos provocan una reflexión sobre él –«¿Quién es éste? ¡Porque manda incluso a los vientos y el agua, y le obedecen!» (Lc 8,25)– e incluso algunos confiesan su fe en él –«El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, y se llenaron de miedo diciendo “hoy hemos visto cosas extraordinarias”» (Lc 5,26); «“¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos ha resucitado”. Les dijo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le respondió así: “El Mesías de Dios”» (Lc 9,18-20).
Pero, además, la honestidad de su propuesta deja en evidencia a todos aquellos que se oponen a él: «Cuando decía esto, se avergonzaban todos sus adversarios, y toda la gente se alegraba de todos los portentos hechos por él» (Lc 13,17); «Y los sumos sacerdotes y los escribas y la nobleza del pueblo intentaban acabar con él; y no atinaban con lo que habían de hacer, pues todo el pueblo lo oía pendiente de sus labios» (Lc 19,47-48).
Honestidad es también lo que reconoce el malhechor crucificado junto a él, cuando le dice: «Y ni siquiera temes tú a Dios, y eso que sufres la misma condena... Aún nosotros, justamente, pues recibimos el pago de lo que hicimos; pero, en cambio, éste no ha hecho nada malo» (Lc 23,40-41).

3.4. Palabras bien colocadas
Dice F. Lázaro Carreter en un estudio del Quijote: «Cuando se asegura que este [Cervantes] funda la novela moderna, esto es esencialmente lo que quiere afirmarse: que Cervantes ha enseñado a acomodar el lenguaje a la realidad del mundo cotidiano»5.
Podríamos entender la expresión «palabras bien colocadas» o «bien escogidas» como referida a la sintaxis o la construcción del discurso de Jesús; pero, dado que los evangelios no son reportajes fidedignos de las palabras de Jesús, parece que ese enfoque carece de interés. Resulta, sin embargo, muy interesante examinar esa adecuación del lenguaje de Jesús a la realidad cotidiana de sus oyentes.
Esa conexión con la vida corriente de los oyentes por parte de Jesús tiene que ver con el modo o medio con que Jesús se comunica, el «canal», como suele llamarse en teoría de la comunicación6. Nosotros sabemos ya que la comunicación de Jesús es siempre comunicación de lenguaje oral o gestual, pero nos preguntamos: ¿cuáles son sus estrategias en el lenguaje?; ¿cómo consigue que le entiendan?; ¿por qué se pueden considerar sus palabras bien colocadas?...
Si hacemos una lectura atenta de los evangelios, podemos advertir que Jesús utiliza varios recursos comunicativos dependiendo del público y el contenido de lo que quiere comunicar.
En primer lugar, Jesús eligió como estrategia privilegiada la parábola: un modo habitual de enseñar entre los maestros de la época, muy propio de la cultura oral. La parábola plantea situaciones cotidianas (la siembra, el pastoreo, las relaciones familiares, la pesca), normalmente profanas (sin ángeles, epifanías o mensajes celestiales), que se distinguen, primero, por su carácter metafórico (la oveja perdida es metáfora del pecador: Lc 15,1-10), y después por su carácter paradójico (el deudor a quien condonan diez mil talentos no es capaz de perdonar a otro cien denarios: Mt 18,21-25). Y, así, interpelan al oyente provocando un «efecto-choque» que obliga a reflexionar y del que no se puede escapar fácilmente. Encontramos en los evangelios muchas y muy distintas parábolas7: algunas con comparaciones explícitas, otras breves, sin mucho desarrollo narrativo. Y su gran virtualidad como estrategia de comunicación reside en el hecho de que sin necesidad de interpretación, sin nombrar explícitamente a Dios, provocan la pregunta por su causa. Todas hablan del Reino, pero cada una aborda una enseñanza particular.
También utilizó la alegoría, aunque hay menos rastros de ella en los evangelios. La alegoría nace de la metáfora, pero encadena una serie de ellas creando imágenes artificiales que obligan a descodificar el contenido a partir de una clave concreta. Así, por ejemplo, en la alegoría del buen pastor (Jn 10,1-21), las metáforas (la puerta, el redil, el pastor...) son imágenes de un mismo protagonista, Jesús, que es a la vez todas esas cosas y que da la vida por las ovejas. En la alegoría de la vid y los sarmientos, por su parte (Jn 15, 1-12), aparecen la vid, el viñador, los sarmientos...: imágenes que se van entretejiendo para presentar a Jesús como aquel que ha sido enviado por Dios a cuidar personalmente su viña. Pero ese mensaje no se extrae de la experiencia cotidiana de lo que es una viña y cómo es cuidada por el viñador, sino del trasfondo veterotestamentario de tales imágenes (Is 5,1-7; Jr 2,21; Sal 79). La alegoría constituye, por tanto, un recurso comunicativo más complejo; invita a entrar en uno mismo y buscar en la propia vida y en las propias raíces, para emprender la tarea personal de descodificar el mensaje que contienen. Por otra parte, la alegoría es un recurso comunicativo de gran valor estético por la plasticidad de sus imágenes.
Además, Jesús utiliza en algunos casos también la fórmula del discurso. Y así, sobre todo en los evangelios de Mateo y Juan, encontramos largos monólogos de Jesús que encierran una enseñanza concreta que se desarrolla ampliamente. Los discursos se enmarcan para delimitar bien su principio y su final (Lc 6,20; 7,1; Jn 5,19; 6,1; 8,21.31) y, normalmente, los discursos se inician por distintas circunstancias: cuando reúne a las multitudes que le siguen y desea instruirlas, cuando enseña a los apóstoles en privado, cuando las autoridades que se oponen a Él le plantean cuestiones para ponerlo a prueba... No hay símbolos o metáforas; hay un desarrollo claro de lo que se quiere proponer. A veces se utilizan recursos propios de los discursos de la época, como los macarismos (Mt 5,3-12; Lc 6,20-26) o el lenguaje apocalíptico (Mt 24,3-14.29-31).
No olvidemos tampoco notar que se puede percibir también en Jesús un lenguaje propio para la oración. Ese lenguaje es verbal y no verbal, y entreteje formas aprendidas y elaboraciones muy personales. Ya hemos hecho notar cómo, en muchas ocasiones, Jesús se separa físicamente de la gente para orar; a veces sube al monte, y muy frecuentemente gusta de orar por la noche. Esos gestos hablan de cómo Jesús entiende la oración como diálogo personal con Dios (Lc 9,16; 22,42) que precisa intimidad y recogimiento (Lc 9,18); como paso previo de toda gran decisión (Lc 6,12-13) o acontecimiento (Lc 9,29); como grito y desahogo en momentos de angustia (Lc 22,42; 23,46) Además, el lenguaje verbal de la oración de Jesús rezuma tradición bíblica: reza salmos (Mc 15,34), proclama textos en la liturgia o, simplemente, se desahoga haciendo memoria de grandes fórmulas veterotestamentaria. Y, desde luego, es, además de una comunicación personal con Dios, una invitación a la oración común (Mc 14,26.38; Mt 6,9-15; Lc 11,1-4).
Por último, Jesús realiza una serie de signos y acciones simbólicas que, sin necesidad de comunicación verbal, dicen mucho de su ser y su misión: «el Reino de Dios ha llegado ya a vosotros» (Mt 12,28). Y así, el elegir a doce discípulos habla de la identificación del grupo con el nuevo pueblo de Dios; comer con publicanos y pecadores habla de misericordia y de gratuidad de la salvación; hablar con mujeres y extranjeros comunica la universalidad de la oferta de la salvación y la radical igualdad de los miembros del nuevo Israel... Pero, además, lo propio de los signos o milagros es hacer del presente tiempo de salvación; en él aparece dominándolo todo el señorío de Dios sobre los poderes de este mundo: enfermedad, demonios, injusticia.

4. Conclusiones
Cuando comenzábamos este artículo, nos preguntábamos de qué manera Jesús de Nazaret, un judío del siglo primero, tenía algo que enseñarnos a los hombres y mujeres de la sociedad de la hiper-información del siglo XXI. Hemos invitado a nuestra reflexión a otro gran comunicador, como lo fue Miguel de Cervantes. ¿Qué hemos podido aprender, después de todo?
Me parece que podemos comenzar notando cómo Jesús se muestra como un especialista en la comunicación directa, «cuerpo a cuerpo»: se acerca a aquellos a los que habla, se identifica, les mira, les llama por su nombre. No sólo eso; deja huella de su propia auto-comunicación, de la fuente de la que nace su mensaje: el silencio, la reflexión, el diálogo con uno mismo. En los tiempos de la comunicación digital, esta comunicación de Jesús, que no elude los compromisos del «cara a cara», denuncia una comunicación en la que los protagonistas se esconden detrás de alias y nicknames y suplantan identidades o engañan acerca de sí mismos.
Además, en el lenguaje gestual de Jesús, rico y provocativo, encontramos una alternativa de comunicación creíble en medio de esta dictadura de la imagen, de la que no resulta fácil liberarse. Notemos que la comunicación escrita, tan difícil de aceptar en estos tiempos, puede encontrar en el reconocimiento de la comunicación no verbal una oportunidad a partir de la cual reivindicarse como lenguaje legítimo.
Por otro lado, estos tiempos de la «aldea global»8, donde todos estamos informados de todo en tiempo real, Jesús se revela como un comunicador que sabe qué decir y cuándo hacerlo; qué estrategias emplear para hacerse entender y cómo resultar significativo. Quizá examinando sus estrategias podamos neutralizar las reacciones de desinterés y confusión ante lo que sucede, que se producen como consecuencia de la «hiperinformación».
También puede resultar interesante notar que el carácter significativo de las palabras que Jesús comunica educa a los oyentes en actitudes críticas. Las parábolas, con sus paradojas y exageraciones, el estilo directo, las llamadas de atención... muestran el éxito de una comunicación de «efecto-choque» que parece volverlo todo del revés y que no deja indiferentes. Además, la capacidad de sugerir de las imágenes contenidas en las alegorías postulan el valor del lenguaje estético-poético.
Esta misma significatividad puede ayudarnos a repensar la necesidad de contextualizar nuestros mensajes religiosos, a recuperar el espacio cotidiano como ámbito en el que provocar la pregunta por Dios, a considerar la competencia comunicativa9 de los testigos de la fe.
Por otra parte, el lenguaje narrativo que Jesús utiliza, con toda la capacidad que tiene de sugerir, envolver e incorporar a la comunicación, tiene que enriquecer el trabajo de la teología, que todavía en nuestro siglo continúa siendo excesivamente intelectual y conceptual.
Y me parece, también, que los lenguajes utilizados en la oración de Jesús pueden encerrar claves que vivifiquen, desde luego, nuestra oración personal, pero especialmente la oración común. Se hace preciso recuperar los gestos en la oración: la mirada hacia arriba para subrayar la trascendencia, las manos abiertas para comunicar la disponibilidad, el cuerpo en pie para visibilizar la alabanza... Pero también el lenguaje bíblico, que nos une no sólo en una tradición de tantos siglos sino que además nos integra en una comunidad universal que comparte un lenguaje y una manera concreta de orar.
Por último, la honestidad del lenguaje de Jesús, su fuerza expresiva, es garantía del impacto provocado por su mensaje, que, ahora sí telecomunicado, sigue resonando con fuerza en los corazones de los hombres y mujeres de nuestro siglo.
En la era digital, en la sociedad de la información, en la aldea global, el judío del siglo primero Jesús de Nazaret se muestra, pues, como un modelo al que mirar y escuchar para encontrar en sus lenguajes pistas para renovar nuestros esfuerzos por comunicar su mensaje y hacerlo, como decía Cervantes, «significativo, honesto, bien colocado».

* Profesora de Teología en la Facultad de Teología de Granada.
junkalguevara@yahoo.es.

3. B. Torquemada, «Sarkozy inspira al PP», (en línea), Diario ABC, 13 de mayo de 2007: <http://www.abc.es/hemeroteca/historico-13-05-2007/abc/Nacional/sarkozy-inspira-al-pp_1633080900653.html>, consulta del 21 de febrero de 2008.
4. M. de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha I, Alianza Editorial, Madrid 1996, 24.
5. F. Lázaro Carreter, Estudio preliminar: las voces del Quijote (en línea), <
http://cvc.cervantes.es/obref/quijote/introduccion/estudio/default.htm>, consulta del 21 de febrero de 2008.
6. A. Cuenca Molina, «Ética de la comunicación»: Anales de Documentación 2 (1999) 11.
7. A quien desee leer algo más sobre la parábola, en concreto, le remito al número de Marzo 2005 de esta misma revista Sal Terrae: «No basta oír para comprender. La sabiduría de las palabras».
8. M. Mc Luhan, acuñó el término a comienzo de los años 70 precisamente para describir la interconexión entre los seres humanos como consecuencia del desarrollo de la tecnología de los medios.
9. El concepto «competencia comunicativa» parte de la idea de que aprender una lengua no sólo consiste en adquirir un código o conjunto de formas lingüísticas, sino también en adquirir una serie de habilidades que orienten sobre cómo usar ese código en las diferentes situaciones comunicativas; véase J. Gómez Capuz, «Así hablan nuestros famosos: una cala en el concepto de competencia comunicativa»: Tonos 11 (2006) [en línea], <
http://www.tonosdigital.com/ojs/index.php/tonos/article/view/32/0>, consulta del 28 de febrero de 2008.
Sal Terrae 96 (2008) 309-320
FUENTE :
www.pastoralsj.org/secciones/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

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