jueves, 7 de agosto de 2008

OCULTO EN LA BRISA...

OCULTO EN LA BRISA por ANGELA C. IONESCU,
DE BUENAFUENTE DEL SISTAL

Después se escuchó un susurro (1 REYES 19,13).


Señor, ¿qué hago aquí?
Recuerdo el Sinaí. La subida es difícil y comenzaba de noche, pero sabía que en la cumbre vería amanecer. Así ocurre con la escalada íntima, se suele intentar subir cuando todo es muy oscuro, todo negro. No se nos ocurre buscar la luz más abajo.
El amanecer sólo se ve en la cumbre. Pero Tú no estabas en el cielo todo encendido. Sí creí adivinarte en un diminuto rayo de luz escapado de entre las nubes.
Sí, ¿qué hago, Señor? ¿Espero brisas y espanto huracanes?
Mucho más dura es la bajada. Queda atrás la altura, el aire puro, el silencio de los aires, el resplandor del amanecer, la soledad plena, el arrebato de la cumbre, el anhelo casi al alcance, la lejanía de los seres queridos. Y el presentimiento de tu viento suave. Entonces es forzoso bajar.
Sé que mantienes siempre la posibilidad de acercarte en cualquier camino.
Aquí, donde los trechos son más duros que aquel descenso, consérvame la memoria de la soledad frente a ti, o al menos de la soledad en el anhelo casi alcanzado, imprescindible soledad no tanto de estar sin nadie como de saber en otra parte a los que se quiere. Pero no estabas en la tremenda soledad. Sí me pareció oírte en un suave susurro, no sé de quién ni de dónde, en un quedo paso que quizá imaginé.
Consérvame la memoria del silencio de los aires cuando me duelan otros silencios o me aturdan tantos ruidos.
Consérvame la memoria del amanecer en la cumbre cuando el sol del mediodía me aplaste y cuando la tarde no traiga a mi lado tus pasos, ni siquiera su eco.
No sé si al fin no es lo mismo el Sinaí que el Horeb, montes de despojo y lejanía. Soledad pura y alta. No estabas en ningún encuentro. Sí creí percibirte en la espera.
Y Tú, Señor, en el Horeb, o en el Sinaí, en el Carmelo, o en el Tabor, o en el Calvario, conduces a un mismo atisbo único; la intuición de despojamientos insospechados, que sobrecogen.
Consérvame al menos el deseo de subir, si no las fuerzas para hacerlo. Que mi corazón te anhele, aunque no te alcance.
Consérvame la memoria de que vislumbré la brisa en la que estabas Tú cuando se hayan apagado todos los soplos, incluso el mío.

Señor de los tres montes,
Jesús del Sinaí,
Jesús transfigurado,
Jesús muerto en Sión.
Señor de los tres montes,
Jesús de trueno y fuego,
Jesús de cruz y sangre,
Jesús de luz divina,
Señor de los tres montes,
oculto en la brisa.
FUENTE : www.revistaecclesia.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

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