lunes, 20 de octubre de 2008

LA VIDA EN LA DIÁSPORA DE LA FAMILIA DE SAN PABLO.

La vida en la diáspora de la familia de Pablo
por Tarcisio Carmona - Sacerdote de la Sociedad de San Pablo, biblista

Estimado Pablo de Tarso:
Esperamos que al recibir esta carta te encuentres bien. Por nuestra parte estamos contentos por este espacio que hemos abierto para el enriquecimiento de nuestras comunidades, en este diálogo fraterno contigo. Nos ha dado mucho gusto conocer acerca de tu lugar de origen, Tarso, de tu nombre y de las lenguas que hablabas.

Hoy quisiéramos saber un poco más sobre la situación social en los años de tu infancia: ¿Cómo era tu familia? ¿A qué se dedicaban? ¿Qué hiciste durante la infancia?

Queridos hermanos en Cristo:
Mi vida fue la normal de un niño hebreo en una ciudad griega. En aquel tiempo, desde el siglo quinto antes de Cristo, era muy común la migración de judíos de Palestina hacia las ciudades costeras del mar Mediterráneo. En casi todas esas ciudades había comunidades judías bien organizadas y generalmente se concentraban en uno de los barrios. A esas migraciones se le llamaba “diáspora” es decir, dispersión. Este fenómeno migratorio se debía tanto a exilios obligados por los nuevos conquistadores, como a movimientos por necesidad, pues las familias emigraban buscando mejores condiciones de vida.

Mi familia se dedicaba al negocio de tejer tiendas de campaña, y siendo Tarso una ciudad famosa por sus tejidos, nunca nos faltaría el trabajo en el pequeño taller de la familia.

En cada parte gozábamos de una relativa libertad religiosa, con una organización propia, centrada en la sinagoga, lugar de encuentro comunitario, dedicado principalmente a la lectura y estudio de la Torá; pero también era un lugar para compartir y para educar en la tradición de nuestros padres. Como es bien sabido, el pueblo de Israel ha sido siempre reconocido como el “pueblo del libro”, la Biblia, porque este libro constituye su razón de ser, bajo la guía de los rabinos o maestros, hombres versados y conocedores de la Palabra de Dios.

Así pues, la formación básica que recibí fue ésta: aprendí a leer y a escribir estudiando la Ley, la historia de nuestro pueblo, la transmisión de la sabiduría de la vida práctica y de nuestras tradiciones religiosas… los rabinos nos hacían preguntas y nosotros teníamos que responder a memoria; leíamos y repetíamos en una estricta disciplina, pero también dándonos tiempo para jugar como todos los niños.

Las comunidades de la diáspora solían mantener una comunicación constante con Jerusalén, que seguía siendo el centro capital del judaísmo. Al hermoso templo de Jerusalén, reconstruido y remodelado por Herodes el grande, acudíamos al menos una vez al año, para la fiesta de la Pascua, ¡cómo me gustaban esos viajes!

Sin embargo, a pesar de vivir con nostalgia lejos de la tierra prometida, debo reconocer que la vida en la diáspora nos permitía tener una mentalidad más abierta y tolerante para con los otros pueblos. Por eso es que mi vida en la ciudad de Tarso me permitió aprender mucho de la cultura griega que conocía bastante bien (Hech 17,28). Y más tarde, después de mi encuentro con Cristo, dedicaría todas mis fuerzas a anunciar el evangelio precisamente a ellos, a los griegos y a otros pueblos, llamados paganos.

Los saludo y les deseo todo bien en Cristo Jesús.

ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO VARGAS.

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