martes, 16 de diciembre de 2008

NAVIDAD EN GRECCIO.

Navidad en Greccio -
Primera representación al vivo del nacimiento de Jesús.

El Padre Francisco le dijo a su amigo, Juan Velita:
"En Greccio, en la selva vecina se encuentra una gran caverna.
Hazme el placer de llevar a ella en la noche de Navidad un buey y un asnillo, semejantes a los de Belén. Porque es mi última Navidad en la tierra y deseo ver en qué sencillez nació Cristo para salvar a los hombres y para salvarme a mi, pobre pecador...
- A tus órdenes, Padre Francisco -respondió el señor Velita-.
Todo se hará según tus deseos. Besó la mano del santo y se marchó.
El hermano Pacífico los acompañaría con su laúd y el Padre Silvestre oficiaría la misa.
La víspera de Navidad, el señor Velita nos mandó decir que todo estaba dispuesto y que podíamos ir. A medianoche, nos pusimos en camino, acompañados de algunos hermanos, entre ellos, Bernardo, maese Pedro, Maseo y el Padre Silvestre.
Pacífico caminaba junto a Francisco, llevando su laúd en bandolera.
El aire estaba helado y el cielo lucía una gran pureza.
Las estrellas bajaban y casi rozaban la tierra.
Cada uno de nosotros tenía una sobre la cabeza.
Francisco caminaba como bailando.
De pronto, se detuvo:
-"¡Hermanos, qué dicha, qué dicha inmensa acaba de ser concedida a los hombres!
¿Os dais cuenta de lo que veremos? ¡A Dios niño!
¡A la Virgen María amamantando a Dios! ¡A los ángeles del Cielo,
Cantando el hosanna!
Hermano Pacífico, te ruego que tomes tu laúd y cantes:
"Y ella parió a su hijo primogénito y ella lo amamantó y lo acostó en un pesebre".

FRANCISCO se inclinó y me dijo al oído:
No puedo contener mi alegría, hermano León.
¡Mira qué bien camino! Ya no siento dolor en los pies.
Esta noche he soñado que la Virgen María dejaba al Niño Divino en mis brazos,
Los campesinos de las aldeas vecinas se habían reunido en la selva y sus antorchas iluminaban los árboles. La gruta estaba ya llena de gente.
Francisco bajó la cabeza y entró, seguido de todos los hermanos.
En el fondo, cerca de la cuna llena de paja, había un asno y un buey que rumiaba tranquilamente. El Padre Silvestre se detuvo ante la cuna divina, como ante un altar, y se puso a decir la misa. Y cuando el Padre Silvestre, que leía el Evangelio, llegó al pasaje que dice:
"Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", una claridad azul iluminó la cuna y todos pudieron ver a Francisco inclinarse y después incorporarse con un recién nacido en los brazos.
Los campesinos, transportados, gimieron blandiendo sus antorchas.
Nos arrojamos al suelo, deslumbrados por el milagro.
Alcé la cabeza y vi al niño tender sus brazos y acariciar las mejillas y la barba de Francisco, sonriendo y agitando sus pies menudos.
Después Francisco lo alzó ante las antorchas encendidas y gritó:
-"¡Hermanos, éste es el Salvador del mundo... !".
Entonces, en su exaltación, los campesinos se precipitaron
sobre él para tocar al Niño. Pero en ese instante,
la claridad azul se extinguió, la cuna volvió a hundirse en la
sombra y advertimos que Francisco había desaparecido,
llevándose al recién nacido.
Los campesinos se precipitaron afuera con sus luces y lo buscaron en la selva.
Pero fue en vano. El cielo empezaba a blanquear, la estrella de la mañana brillaba
y bailaba en Oriente, solitaria. Había nacido el día.
Después encontré a Francisco en la puerta de su choza, con el rostro vuelto hacia Belén".

(De “El pobre de Asís”, Tomado de la revista mensual El Santo,
diciembre 2008, nº 748 ).

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